Encontrar a una niña bonita en una facultad de ingeniería es como encontrar un zafiro de Birmania enterrado en el patio de una casa abandonada a la suerte del tiempo, o sea, poco probable (Tú, niña bonita de ingeniería, eres uno de esos zafiros). Así que, una vez hallando una por mera clemencia del universo hacia un desalentado universitario novato, decidí invertir una fracción de mi tiempo y de la clase siguiente en la conversación con ella, ocasionandome llegar veinte minutos tarde al salón. De igual manera, al entrar e interrumpir la cátedra, fui víctima de las miradas de reproche de mis compañeros, puntiagudas como tijeras de punta roma, inofensivas a simple vista pero letales si se usan con la destreza y habilidad necesaria. Después de dictarnos tecnicismos de las ciencias de la comunicación, la maestra anotó en el pizarrón las siguientes palabras: "Ovni, Payaso, Vampiro, Girasol, Amarillo, Rojo, Niño, Tren, Policía". El listado representaba palabras con las que quería que redactáramos un cuento en un intervalo de cinco minutos. El resultado, sin pena ni gloria, fue el siguiente:
(La versión mostrada fue sometida a varias correcciones ortográficas, gramaticales y de estilo)
*El tren avanzaba lentamente y con esfuerzo contra la tormenta. Después de horas de trayecto y con el cielo ahora despejado, este llegó a la Estación del Girasol. Gilberto el Payaso, con nariz roja, peluca verde y un overol multicolor, resignado, se apeó del tren y camino hasta donde se hallaba un policía de la estación, ya que era la primera vez que se presentaba en esa ciudad. El entrecruzamiento de las avenidas le parecía similar a laberintos habitados por minotauros y explorados por héroes que les daban caza. Un niño, al ver a Gilberto el Payaso anotando las indicaciones que le dictaba el policía (cuyo uniforme, contrariando las normas de vestimenta establecida, era una estrambótica combinación de rojo y amarillo) en un pedazo que arrancó del periódico que anteriormente cargaba bajo la axila, corrió y se prendió del talle de su madre y, resguardado por la voluptuosidad de la mujer, se echó a llorar. Gilberto, con empatía, bajó la vista y lo observó. "Posiblemente, si yo me viera a mi mismo, también me echaría a llorar". Mientras estudiaba la licenciatura en teatro, el ser contratado para fiestas infantiles no figuraba dentro de su proyecto de vida. Prendió un cigarrillo y se replanteó en lo que se había convertido su existencia. Una vez anotadas y supuestamente entendidas las indicaciones, un espectacular que hacía promoción a la película de moda con letras tridimensionales y rojizas "La guerra de los mundos, el retorno de los Marcianos", no pasó desapercibido por la atención de Gilberto. Este tenía caricaturas del prototipo básico e incluso inmaduro de la palabra "ovni", simples discos voladores manejados por criaturillas verdes. Al llegar a la ubicación, después de media cajetilla y de planteamientos de dudas existenciales que se quedaron sin respuesta, a lo lejos distinguió la única casa del vecindario que era rodeada por niños que parloteaban y gritaban. Resopló e intento sonreír, tratandole de dar la mejor cara a la vida pero, cuando llegó al destino, observó con espanto a los niños, y más aún a la fachada de la casa. Esta se hallaba adornada con calabazas, murciélagos y gatos negros. Los niños eran burdas imitaciones de hombres lobo, momias, zombis y brujas. Fue en ese momento cuando recordó la verdadera petición; habían contratado a Ernesto el Vampiro, no a Gilberto el Payaso.*
Al finalizar la lectura y de soltar una risilla tierna que me recordó a mi maestra de Geometría y Trigonometría de la prepa, me dijo con una afable sonrisa en el rostro "Está bueno". La sinceridad me llegó al corazón. Fue ahí cuando, solemnemente, le prometí en silencio no volver a infravalorar su clase a consecuencia de las distracciones que ocasionan las niñas bonitas de la Facultad de Ingeniería.