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lunes, 16 de marzo de 2020

El ogro Marcelo y el caza monstruos.




Con las puntas de su bigotito dorado apuntando hacia arriba, de manera pausada y precavida reptaba por la colina. A no más de tres metros, un ogro llamado Marcelo sentado le daba la espalda, despidiendo un poderoso aroma a mierda que le provocaba náuseas. El ogro estaba dormido y roncaba plácidamente. El caza monstruos se incorporó y desenvainó el arma que le colgaba de la cintura; se acercó con la espada bailándole en la mano, haciéndola girar del mango con gracia y elegancia. Estando lo suficientemente cerca del ogro, con la lengua de fuera, comenzó a aullar de manera chillona, siendo interrumpido por un ataque de tos y dándole al gigante la oportunidad de desperezarse y percatarse de su presencia. Retomando el interrumpido alarido, corrió y le clavó la afilada hoja en la espalda, haciéndolo graznar del dolor. Sonriendo de satisfacción, intentó desencajar la espada, pero está no cedía, y el hombre comenzó a angustiarse. Marcelo ya se estaba poniendo de pie, refunfuñando ásperamente en algún dialecto ininteligible para el oído humano. El caza bestias desenvainó una pequeña daga que guardaba como último recurso en la correa que rodeaba su muslo y lo comenzó a apuñalar. "Hijo... de... puta", espetando palabra por apuñalada y llorando de la impotencia. Apenas herido, Marcelo se incorporó y observó a un hombrecito que utilizaba mallas que corría por su vida. Con dos zancadas lo alcanzó, ya que el humano de las mallas se acababa de tropezar con una rama. Lo agarró entre sus manos y las apretó hasta que sintió que crujió. Después de agarrarlo de un pie y zangolotearlo, lo arrojó con furia escupiendo espuma por la boca. Lo pisoteó hasta únicamente dejar una pulpa viscosa y rojiza en el césped de la colina. Se volvió a dormir, ahora con la incomodidad de tener una espada clavada en la espalda. Unas lágrimas, dolorosas e inmarcesibles, asomaron en sus ojos.

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