La fachada de la oficina cultural y económica parecía de plomo, con una enredadera que la forraba y una bandera roja y azul y blanca grabada en una placa, junto a la puerta principal resguardada por un policía moreno. Adentro, el ventilador, por revolución, chirriaba de manera penetrante, perturbando a los penitentes que esperaban su turno sentados en sillas de plástico. "Hernández Hernández Bertilia", dijo con pereza la secretaria arrastrando las vocales mientras masticaba un chicle sabor a mierda (juzgando por las expresiones que hacía al hacerlo). "Buenas tardes, vengo a recoger la autorización de..." la tos de una foca sentada por ahí la interrumpió. "El cónsul no la va a poder atender en estos momentos" le dijo en seco mientras mecanografiaba, con cara que revelaba su intención de querer despacharla lo más rápido posible. "Pero me dijeron que viniera a esta hora y en este día y..." otra tos con eco de la misma foca la volvió a interrumpir. "Ya le dije señorita, el cónsul se encuentra indispuesto, regrese en seis meses". La señorita Bertilia no sabía como responder a semejante atropello. "Demando una explicación en este preciso instante, ¡necesito recoger esa autorización hoy mismo!" le respondió indignada. "El gobierno acaba de asignar como nuevo cónsul a un oso pardo, y este se encuentra hibernando, espero y pueda comprender la situación". La señorita Bertilia creía que le estaban gastando una suerte de broma de mal gusto. "¿Quién en su sano juicio asignaría como cónsul a un oso pardo?, todo mundo sabe que las cebras son más efectivas ¡nada de lo que me estás diciendo tiene sentido!" exclamó confundida la señorita. Otra tos, húmeda, en el fondo del salón. Un viejo se sonaba la nariz y un jovencito acomodaba por tercera vez unos papeles dentro de un folder. "Ya sabe como son los burócratas, pocas veces actúan con inteligencia" le respondió la secretaria sonriéndole, con sorna.
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sábado, 15 de febrero de 2020
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