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miércoles, 5 de febrero de 2020

Los huevos de Grimaldo, el Don Juan visitante.

Primo mío ¿por qué no me crees?, Es que es absurdo, por eso, Como tú veas, yo ya te dije lo que tienes que hacer. Grimaldo cargaba en su mano dos huevos, recién expulsados por la gallina de su tío Felino. Te vas a acercar a la güerita que más te guste y se lo estrellas en la cabeza, eso las vuelve locas, les encanta. En la escalinata del quiosco de la plazuelita principal, una rubia estaba sentada lamiendo un helado de miel de abeja mientras escuchaba las promisorias noticias del avance de la guerra y de las majestuosas hazañas del hercúleo general Patas de Oso; a la par, un greñudo que siempre cargaba una libreta donde anotaba los inesperados susurros de las musas, recitaba un poema a la biznaga consentida de su abuela Amelia (cuyas mágicas propiedades relataré en otra ocasión) y el globero silbaba en la esquina una canción, ausente. Como tú quieras tigre, pero eso sí, una güerita de esas no las encuentras allá en tu ciudad donde si llegan las películas, solo digo primazo... solo digo. La plaza estaba flanqueada por una veintena de cactus. Acércatele y háblale, ya con los huevos que te cargas vas a ver que la encandilas, la gallina de mi pa' es la mejor de este pueblo. Comenzó a caminar en dirección al quiosco, dubitativo, sopesando los huevos en las palmas de sus manos. El bardo del desértico pueblo declamaba, mientras Grimaldo consideraba la opción de meterle uno de los huevos en la boca. La güerita, con su encanto pueblerino y los rulos cubriéndole el escote, volteó al sentirlo aproximarse y de manera afable le regaló una sonrisa. Ya veía al forastero con emoción, y este, al verse próximo a la víctima, le estrelló uno de los huevos con una suerte de cachetada, haciéndola caer inconsciente y dejando a merced del asfalto y de la arena y del polvo a la bola de helado. Su primo, escondido por ahí, le gritó, Te dije que en la cabeza pendejo, no en la cara. Grimaldo, al ver a la güerita inconsciente en el suelo y con la cara anegada en clara y yema, la agarró galantemente del cuello y, suavemente, le reventó el último huevo, esta vez en el lugar correcto. De este salieron pétalos de rosas rojas. La güerita, al instante, despertó de su letargo y viendo al hombre que la tenía entre sus brazos, lo acercó a ella agarrándolo de la solapa de su saco y le propinó un beso en la frente, para finalizar con uno en los labios, Me llamo Genoveva. Encaminados hacia la cabaña de su tío Felino, su primo le espetó con orgullo paternal, ¿Viste galán? te dije que la gallina de mi pa' es la mejor del pueblo.

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