Adán
estaba dormitando. Disfrutaba de sentir el césped bajo sus desnudos omóplatos,
mientras la sombra del almendro lo cubría del sol. El tigre que olfateaba su
aroma y lo atisbaba con fehaciente cautela, después de varios minutos, se dejó
acariciar por la palma del hombre, así como toda la fauna salvaje del jardín. A
lo lejos, vio a Eva aproximarse, dando brinquitos, con una serpiente anudada a su cuello, que le
siseaba algo al oído mientras ella masticaba con inocencia una manzana de un color rojo
penetrante. Su mano derecha cargaba
una cesta llena de estas. El rostro de Eva al cruzarse con la atónita mirada de
Adán demudó; alzaron la mirada al cielo y juntos, abrazados y con los ojos
llorosos, rogaron por clemencia.
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domingo, 27 de octubre de 2019
miércoles, 23 de octubre de 2019
Urbanidad.
"Por fin
tengo una razón para saltar de la cama y ser feliz." pensó para sí el estudiante de medicina, que después de superar una ruptura, se
hallaba de nueva cuenta enamorado de la inescrutabilidad de la vida. Más tarde,
caminando por la calle con destino a su facultad, fue atropellado por un conductor irresponsable, que al no respetar la vialidad, hizo que su cráneo chocara contra el bache que el gobierno municipal nunca arregló, matándolo al instante. Más al sur, en una zona con menor infraestructura, una
pareja bombardeada de infidelidades y decepciones resolvía todos sus problemas de pareja concibiendo a un nuevo ser, para poder amarlo y quererlo incondicionalmente. En el extremo opuesto, un joven (infeliz que había heredado la constructora de su padrino) ingeniero se
suicidaba inhalando los monóxidos de su convertible rojo, el último grito de la
moda automotriz, dejando su carta de despedida en el asiento del copiloto. En el centro de la ciudad, a un adolescente que provenía de una de las zonas marginadas del país le era anunciada, desde una cabina telefónica, la obtención
del trabajo que necesitaba para mantener a su hermana embarazada. A dos cuadras de la cabina, durante una clase de geografía, un niño
gordo y pecoso saboreaba su primer decepción amorosa, después de declararle su
amor a la única niña desarrollada del salón. Todo esto y otras vicisitudes propias de la
urbanidad las observaba la vidente (o como ella se hacía llamar, "Licenciada en Futurología") desde el cutre establo, rodeada de paja y cerdos,
mientras sonreía y prestidigitaba la mística baraja (que había obtenido en una pelea de gallos en Catemaco, Veracruz), viendo con deleite el
torrente de misterio e ilusionismo que se anteponía, translucido y brillante,
frente a sus ojos.
lunes, 14 de octubre de 2019
El Abelardo y la Eloísa.
El torbellino de sentimientos y emociones que taladraban la conciencia de Horacio, paulatinamente, llegaron a su punto álgido cuando, escrutando hacia el interior de la casa de su novia, a través de los grandes ventanales que se hallaban en la fachada de la misma, observó con lucidez detectivesca a su novia entregándose a un cuerpo y a unos brazos que no eran los de él. No sabía que hacer, como es natural en situaciones como esta. El ramo de girasoles que cargaba lentamente se le hizo excesivamente pesado, así que para despojarse de él, lo arrojó con fuerza a la ventana del carro de su suegro, detonando la alarma antirrobos (eran muchos girasoles). La sirena pareció no preocupar a los amantes, ya que ellos, sin inmutarse, siguieron descubriendo los sabores de su prójimo. Se sintió ofendido e infravalorado hasta al cero absoluto, tantito mas abajo que el cero que él utilizaba en sus clases de matemáticas financieras. Dando grandes zancadas, se dirigió a la puerta principal, pateándola con la punta del pie, imaginándose que la entrada a la casa era el atractivo rostro del responsable de la tentación de su novia. Apenas abrió un pequeño boquete a la puerta, a la altura de su cadera. Encolerizado por la falta de fuerza, la volvió a patear, haciendo el orificio más grande. Y fue ahí cuando, asomándose, los vio; a los amantes incomprendidos, al Abelardo y a la Eloísa del siglo XXI. Eloisa ya estaba dispuesta a quitarse el minúsculo corpiño que cubría sus níveos pechos cuando, el Abelardo, notó un rostro endiablado que los observaba a través de la puerta rota, soltando humo por las narices. La alarma seguía sonando, y los vecinos comenzaban a asomarse. "¿Qué chingados?" exclamó confundido Abelardo mientras se ponía sus pantalones y se encaminaba a la puerta para confrontar al intruso. Horacio ya lo esperaba del otro lado, con su puño listo para fundirse en el pómulo del galán. Al abrir la puerta, Abelardo, recibió el golpe, cayendo de espaldas, con cero de sentido de orientación espacial. Eloísa gritó y corrió hacia la cocina, dejando su falda corta encima del sillón donde con anterioridad se hallaba. Horacio se posó encima de Abelardo, y comenzó a golpearle el rostro, mientras le maldecía y le calumniaba con desgracias eternas. Los vecinos, al escuchar lo que pasaba en la casa, llamaron al número de emergencias. "Buenas noches, cre-creo que se e-estan metiendo a robar a la ca-casa de mi vecino" *Silencio de parte del vecino al escuchar las indicaciones de su interlocutor* "Claro, cla-claro, la dirección es la siguiente..." dijo el vecino tartamudo. Cuando Horacio se cansó de golpear y Abelardo de ser golpeado, una segunda Eloísa bajó por las escaleras, con la cara hinchada, dejando en claro que recién se despertaba. Fue ahí cuando Horacio recordó que su novia le había llegado a comentar en alguna cita que ella tenía una hermana gemela y que ya no podía esperar para presentársela. Pálido del miedo y de la consiguiente vergüenza, se paró y mientras se rascaba el cuero cabelludo, comenzó a disculparse; con Abelardo inconsciente y sangrante en la entrada de su casa, una gemela llorando semidesnuda en la cocina, el carro con la sirena activada, la puerta rota y la policía en camino. Sofia (que era el nombre de la novia "original") no podía procesar lo que estaba viendo, recién acaba de despertar de un sueño no tan loco como lo que estaba viviendo. "Perdón, perdón, perdón, esto no es lo que parece" fue una de las muchas excusas que dijo a su atareada novia. En media explicación, la policía entró en escena, esposando de inmediato al compungido Horacio, creyendo en realidad que se trataba de un ladrón que había acribillado a golpes al atractivo joven que se hallaba en el suelo, en su heroico intento de defender la casa. Solamente estuvo media hora en la comisaria, ya que Abelardo había recobrado la conciencia y había contado su versión de los hechos, y esta coincidía con la de la gemela exhibida (cuyo nombre, honestamente, no nos importa). Al final, los padres de Horacio tuvieron que pagar una multa por alteración del orden público, para poder así liberar a su pasional hijo. A la gemela exhibida la castigaron, ya que, a diferencia de su hermana, ella tendía a sucumbir con facilidad a las tentaciones de la carne y, sus padres, al notarlo (descubrirla), le prohibieron fehacientemente tener novio hasta que se acercara a la eucaristía que se impartía todos los domingos en la parroquia de la cuadra. Sofía, casi obviamente, terminó su relación con Horacio, y este, aprovechando la soledad de la ruptura y haciendo momentos de autorreflexión, llegó a la conclusión que no le gustaba el rumbo que estaba tomando su vida y, armado de valor, se mudó de con sus padres para perseguir sus sueños de convertirse en un cineasta famoso y reconocido. Su experiencia con Sofía y su fatídico final le valió de experiencia e inspiración para su primer largometraje, que le brindó un puñado de premios y un aletargado reconocimiento nacional.
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