La luz
del sol y las ráfagas del viento otoñal caldeaban los ánimos del Kraken. Los ingresos de los hoteles de la costa, evidentemente, habían caído. En un poste de madera, junto a la garita del salvavidas en una playita privada, la bandera de color rojo estaba izada, indicando la imposibilidad de poder nadar en el mar. Una pareja de recién casados, obesos, de pupilas verdes y cabellos dorados, de manera confiada la arriaron, sustituyendo a la bandera roja por
una verde. Se desprendieron de sus holgadas prendas, quedando solo en ropa
interior, ayudándose mutuamente embetunando sus cuerpos en protector solar. Comenzaron a caminar hacia el mar mientras la criatura
chapoteaba con sus tentáculos, eufórico e iracundo. El salvavidas, que
apenas se estaba bajando de la torre de guardia debido al cambio de turno, los encaró:
"Oigan, ustedes dos, ¿no vieron la bandera? No está permitido entrar
al océano, el Kraken lleva ya varios días en nuestra costa" les dijo incrédulo. "Despreocúpese joven, nosotros ya nos percatamos de la
bandera, por lo tanto, para poder meternos al mar, ya la cambiamos por una verde"
le dijo la mujer señalando con el índice la bandera recién puesta, mientras su pareja le rodeaba el cuello con su diabético brazo a modo de protección. "¿No están viendo
lo que está frente a ustedes?" les preguntó mientras los inspeccionaba con
miradas de extrañeza, frunciendo el ceño. “Si, ya nos percatamos, pero no estamos acostumbrados a obedecer a gente inferior a nosotros. Así que, por
favor, hágase a un lado y déjenos disfrutar nuestros pocos días en la playa, que mucho esfuerzo y dinero nos costaron" le respondió con displicencia el gordo al salvavidas, dejándolo confundido y con cara de idiota. Aumentaron la
rapidez de su trote y juntos, agarrados de la mano, se precipitaron al océano
en modo de clavado, cayendo en las hambrientas fauces del monstruo.
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sábado, 4 de enero de 2020
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