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sábado, 4 de enero de 2020

Kraken.




La luz del sol y las ráfagas del viento otoñal caldeaban los ánimos del Kraken. Los ingresos de los hoteles de la costa, evidentemente, habían caído. En un poste de madera, junto a la garita del salvavidas en una playita privada, la bandera de color rojo estaba izada, indicando la imposibilidad de poder nadar en el mar. Una pareja de recién casados, obesos, de pupilas verdes y cabellos dorados, de manera confiada la arriaron, sustituyendo a la bandera roja por una verde. Se desprendieron de sus holgadas prendas, quedando solo en ropa interior, ayudándose mutuamente embetunando sus cuerpos en protector solar. Comenzaron a caminar hacia el mar mientras la criatura chapoteaba con sus tentáculos, eufórico e iracundo. El salvavidas, que apenas se estaba bajando de la torre de guardia debido al cambio de turno, los encaró: "Oigan, ustedes dos, ¿no vieron la bandera? No está permitido entrar al océano, el Kraken lleva ya varios días en nuestra costa" les dijo incrédulo. "Despreocúpese joven, nosotros ya nos percatamos de la bandera, por lo tanto, para poder meternos al mar, ya la cambiamos por una verde" le dijo la mujer señalando con el índice la bandera recién puesta, mientras su pareja le rodeaba el cuello con su diabético brazo a modo de protección. "¿No están viendo lo que está frente a ustedes?" les preguntó mientras los inspeccionaba con miradas de extrañeza, frunciendo el ceño.  “Si, ya nos percatamos, pero no estamos acostumbrados a obedecer a gente inferior a nosotros. Así que, por favor, hágase a un lado y déjenos disfrutar nuestros pocos días en la playa, que mucho esfuerzo y dinero nos costaron" le respondió con displicencia el gordo al salvavidas, dejándolo confundido y con cara de idiota. Aumentaron la rapidez de su trote y juntos, agarrados de la mano, se precipitaron al océano en modo de clavado, cayendo en las hambrientas fauces del monstruo.

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