Al ver los puntiagudos y rojizos cabellos de la que enseñaba física, yo me fugaba del salón y me disponía a visitar los escenarios del libro que se abriera ante mi; ese día, yo combatía a Grendel, mano a mano con Beowulf, el héroe gauta. Interrumpiendo mis hazañas, una voz me preguntó: "Oye ¿a ti te gustaría dedicarte a crear historias que inspiren a los demás? ¿Te gustaría ser uno de los grandes de la literatura nacional? ¿Te gustaría ser el Sergio Pitol mazatleco? ¿Te gustaría que tu nombre estuviera en los libros de texto de tus propios hijos? ¿Te gustaría ganarte tu lugar en la Apoteosis de Homero, ahí entre Tasso y Mozart, o mejor dicho, entre la Ilíada y la Odisea, a los pies del maestro?". Al estar casi seguro que no había oído con claridad, le pedí que me repitiera su pregunta: "Que si me puedes ayudar con mi tarea de redacción, pinche sordo" me dijo apuñalándome la interlocutora, arriesgándose a perder mi buena voluntad. "¿En qué consiste?" le pregunté, ignorando la ofensa y a la maestra que intentaba resolver una maquina de Atwood (a los pocos minutos le pidió ayuda al inteligente del salón) "Tengo que hacer un escrito con base en una foto de cualquier compañero del taller, mira, es esta". Para mi sorpresa, me enseñó la foto de una niña de la cual yo estaba enamorado (la niña, obviamente, iba a la misma clase de redacción). Me puse nervioso y me sonrojé. La que no quería hacer la tarea lo notó, y se burló de mis falsas esperanzas. Después de analizar mi situación, me consagré a la obligación que tenía de hacer una redacción que estuviera a la altura de su perfección, tarea prácticamente imposible. El escrito resultó de la siguiente manera:
Las llamaradas estivales azotaban tácitamente los tejados neoyorkinos. El tráfico viandantal fluctuaba en las avenidas, a la par que el bullicio popular favorecía el detrimento de la tranquilidad, propio de cualquier capital mundial. Estrés, adulterio opacando la monogamia, eufemismos restando la magnitud verbal de maldiciones que flotaban en el ambiente. Había politeístas, artistas, mañosos, birladores e hijos de puta (literal y metafóricamente); lo verdaderamente importante es acotar la diversidad cultural y social de la ciudad.
Frente a los grandes ortejos (uña encarnada y mohosa) de la estatua de la libertad, una niña potosina, inteligentísima y bonitísima, poseedora de todos los calificativos positivos dentro de la semántica de belleza y perfección, junto a su madre y hermana, se tomaba una selfie, inmortalizando el momento. Posteriormente pasearon por el circuito de Broadway.
Mientras el inteligente del salón obtenía la fricción de la polea, yo le entregaba la tarea a la que no la quiso hacer, esperando que un día la niña que era dueña de mi corazón lo pudiera leer y me diera sus críticas, constructivas o destructivas, no me importaba, siempre y cuando vinieran de ella.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario