Los fantasmas estaban agazapados en los rincones cubiertos de hierba que salía de las baldosas de piedra. Los cachorros curiosos los olfateaban y ellos les sopablan en las narices, haciéndolos sacar la lengua; los más niños se divertían con ellos mientras los viejos los evitaban. Los hombres hablaban de sus hazañas en las campañas y blandían sus antiguas espadas como trofeos de guerras, el más admirado era un antiguo caballero errante que había perecido dándole muerte a la temible bestia morada que había calcinado a la mayoría de los presentes; su espada brillaba cada que se le mencionaba, todos aseguraban que tenía vida propia. Cuando llovía, las familias esperaban a que escampara y, cuando amainaban las aguas y el arcoíris surgía, se acostaban y rememoraban y compartían las mejores experiencias de los días en los que ellos aún vivían. Un día, la más sabia y antigua de todas las nubes que surcaban el cielo, bajó de sus aposentos y pidió audiencia con Octavia, antigua reina del ahora abandonado castillo. "Ustedes no pueden seguir aquí. Es momento que este castillo y todo lo que representa sea borrado de la faz de esta tierra" exclamó con omnipresencia la nube. "¿Qué será de nosotros? Mis gobernados tendrán miedo, estaremos desamparados, sin techo". La nube le explicó lo que les pasaría, mientras ella asentía, siempre atenta y un tanto motivada. A la mañana siguiente, con los rayos del sol mordiéndole sus hombros, la reina Octavia comenzó el desalojo del castillo desde una de las torres. Los fantasmas, dóciles, solo caminaban, expectantes y nerviosos. Los niños eran cargados mientras ellos por encima de los hombros de sus madres le decían adiós con sus manitas a lo que único que conocían. Una vez terminada la evacuación, la más sabia y antigua de las nubes, acompañada de sus hermanas, comenzaron a soplar. Grandes vientos azotaron a la antigua construcción, hasta que lentamente de ella sólo quedaron escombros, levantando una brisa de polvo y memorias que golpeó a la cofradía celestial y cuyos integrantes sintieron como el último abrazo que su vida pasada les daba, y que al mismo tiempo era una invitación a abrazar a la próxima. Octavia, con su corona aún adornando sus dorados cabellos y su nívea túnica raspando el césped que yacía bajo ellos, se volteó hacia su gente y, sonriéndoles, cerró los ojos y comenzó a ascender al cielo. Varias nubes le daban la bienvenida y la abrazaban con gritos de regocijo, fundiéndose con ella y creando una nueva masa pálida. Después, la nueva nube comenzó su trayecto, ondulante y serena bajo el cielo dorado. Los fantasmas, uno a uno, se elevaban.
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jueves, 27 de febrero de 2020
sábado, 15 de febrero de 2020
Burocracia.
La fachada de la oficina cultural y económica parecía de plomo, con una enredadera que la forraba y una bandera roja y azul y blanca grabada en una placa, junto a la puerta principal resguardada por un policía moreno. Adentro, el ventilador, por revolución, chirriaba de manera penetrante, perturbando a los penitentes que esperaban su turno sentados en sillas de plástico. "Hernández Hernández Bertilia", dijo con pereza la secretaria arrastrando las vocales mientras masticaba un chicle sabor a mierda (juzgando por las expresiones que hacía al hacerlo). "Buenas tardes, vengo a recoger la autorización de..." la tos de una foca sentada por ahí la interrumpió. "El cónsul no la va a poder atender en estos momentos" le dijo en seco mientras mecanografiaba, con cara que revelaba su intención de querer despacharla lo más rápido posible. "Pero me dijeron que viniera a esta hora y en este día y..." otra tos con eco de la misma foca la volvió a interrumpir. "Ya le dije señorita, el cónsul se encuentra indispuesto, regrese en seis meses". La señorita Bertilia no sabía como responder a semejante atropello. "Demando una explicación en este preciso instante, ¡necesito recoger esa autorización hoy mismo!" le respondió indignada. "El gobierno acaba de asignar como nuevo cónsul a un oso pardo, y este se encuentra hibernando, espero y pueda comprender la situación". La señorita Bertilia creía que le estaban gastando una suerte de broma de mal gusto. "¿Quién en su sano juicio asignaría como cónsul a un oso pardo?, todo mundo sabe que las cebras son más efectivas ¡nada de lo que me estás diciendo tiene sentido!" exclamó confundida la señorita. Otra tos, húmeda, en el fondo del salón. Un viejo se sonaba la nariz y un jovencito acomodaba por tercera vez unos papeles dentro de un folder. "Ya sabe como son los burócratas, pocas veces actúan con inteligencia" le respondió la secretaria sonriéndole, con sorna.
miércoles, 5 de febrero de 2020
Los huevos de Grimaldo, el Don Juan visitante.
Primo mío ¿por qué no me crees?, Es que es absurdo, por eso, Como tú veas, yo ya te dije lo que tienes que hacer. Grimaldo cargaba en su mano dos huevos, recién expulsados por la gallina de su tío Felino. Te vas a acercar a la güerita que más te guste y se lo estrellas en la cabeza, eso las vuelve locas, les encanta. En la escalinata del quiosco de la plazuelita principal, una rubia estaba sentada lamiendo un helado de miel de abeja mientras escuchaba las promisorias noticias del avance de la guerra y de las majestuosas hazañas del hercúleo general Patas de Oso; a la par, un greñudo que siempre cargaba una libreta donde anotaba los inesperados susurros de las musas, recitaba un poema a la biznaga consentida de su abuela Amelia (cuyas mágicas propiedades relataré en otra ocasión) y el globero silbaba en la esquina una canción, ausente. Como tú quieras tigre, pero eso sí, una güerita de esas no las encuentras allá en tu ciudad donde si llegan las películas, solo digo primazo... solo digo. La plaza estaba flanqueada por una veintena de cactus. Acércatele y háblale, ya con los huevos que te cargas vas a ver que la encandilas, la gallina de mi pa' es la mejor de este pueblo. Comenzó a caminar en dirección al quiosco, dubitativo, sopesando los huevos en las palmas de sus manos. El bardo del desértico pueblo declamaba, mientras Grimaldo consideraba la opción de meterle uno de los huevos en la boca. La güerita, con su encanto pueblerino y los rulos cubriéndole el escote, volteó al sentirlo aproximarse y de manera afable le regaló una sonrisa. Ya veía al forastero con emoción, y este, al verse próximo a la víctima, le estrelló uno de los huevos con una suerte de cachetada, haciéndola caer inconsciente y dejando a merced del asfalto y de la arena y del polvo a la bola de helado. Su primo, escondido por ahí, le gritó, Te dije que en la cabeza pendejo, no en la cara. Grimaldo, al ver a la güerita inconsciente en el suelo y con la cara anegada en clara y yema, la agarró galantemente del cuello y, suavemente, le reventó el último huevo, esta vez en el lugar correcto. De este salieron pétalos de rosas rojas. La güerita, al instante, despertó de su letargo y viendo al hombre que la tenía entre sus brazos, lo acercó a ella agarrándolo de la solapa de su saco y le propinó un beso en la frente, para finalizar con uno en los labios, Me llamo Genoveva. Encaminados hacia la cabaña de su tío Felino, su primo le espetó con orgullo paternal, ¿Viste galán? te dije que la gallina de mi pa' es la mejor del pueblo.
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