Un caballero, con aire quijotesco, salió de una cabañita que moría lentamente, abandonada a su suerte. Hombre alto y delgado, con el rostro cansado y unas grandes ojeras que colgaban de sus cuencas. Los girasoles rodeaban a la cabaña, el lago limítrofe era azul cristalino y el sol se ocultaba en poniente. Salió sacudiéndose el polvo de la herrumbrada armadura,
aún amodorrado. La barbilla le colgaba del mentón, con canas filtrándosele. Metiéndose los dedos a la boca, ladeándose hacia
atrás, lanzó un silbido. Con el rostro ruborizado y los pulmones vacíos, se
dejó caer sobre su retaguardia, quitándole la vida a cuatro girasoles. El
descanso no fue prolongado, ya que medio minuto después apareció un corcel,
blanco como la nieve y majestuoso como cualquier catedral decimonónica. Lo montó y juntos
emprendieron el trote. Pasaron por llanuras espesas manchadas de verde,
dejándolo apreciar la belleza del reino. A lo lejos, logró vislumbrar un
castillo al calce de una pequeña montaña. Al llegar a la torre barbacana, observó
con detenimiento el escudo de armas de la casa que antes lo habitaba. Un fauno sentado que tocaba la flauta rodeado de árboles, símbolo que representaba al gremio oracular al que esta familia real había pertenecido. Entró, y en la
plaza de armas del castillo sólo halló destrucción. Cadáveres calcinados, abandonados. El caballero se peinaba la barbilla, de arriba hacia
abajo, fingiendo parsimonia. Se apeó del caballo y examinó el lugar. Caminó por
el adarve y las torres de caballería, inhalando las animas de las familias
perdidas. Al llegar a la torre de homenaje, escucho el aleteo del evidente causante de la destrucción del lugar. Grande y con color purpureo, lucía una
cicatriz en uno de sus costados. Las escamas hedían a odio y venganza, y su
boca expectoraba fuego. El dragón se hallaba en posición de descanso mientras observaba el despertar de la luna, pero rápidamente volteó su cabeza al escuchar el desenvainamiento
de una de las espadas más fuertes y mágicas jamás fraguadas en la historia del
feudo. Un largo grujido, lastimero y doliente, despertó de su letargo infinito a todos los fantasmas
del castillo.
Archivo del Blog
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Kimono azul.
La noche estaba en su auge. La luna llena iluminaba las habitaciones filtrándose por la ventana. Abelardo soñaba que volaba. En el s...

-
La noche estaba en su auge. La luna llena iluminaba las habitaciones filtrándose por la ventana. Abelardo soñaba que volaba. En el s...
-
Con las puntas de su bigotito dorado apuntando hacia arriba, de manera pausada y precavida reptaba por la colina. A no más de tres...
-
El estudiante, con la mano izquierda en el bolsillo de su deslavado pantalón y con la derecha cargando un libro, caminaba junto al...
muy bonito y bien escrito felicidades te quiero mucho te mando besos
ResponderBorrar